HISTORIA DE LOS VINOS DE MARSALA

Los vinos fortificados italianos de Marsala, junto con los españoles de Jerez y los portugueses de Oporto y Madeira, forman la tetralogía más famosa de los vinos fortificados históricos de Europa. La historia moderna de los vinos de Marsala, que como toda buena ópera italiana está llena de héroes y villanos, ha conocido a lo largo de casi 250 años el esplendor y también la decadencia. Lo que sin ningún género de dudas podemos afirmar es que el prestigio actual de Marsala es mucho menor del que se merece, tal y como veremos a través de su historia, ya que la mayoría de los aficionados al vino creen que es un vino utilizado como ingrediente para cocinar. Para los expertos, en cambio, Marsala es el máximo representante de los vinos sicilianos e italianos a lo largo de la historia, desde los griegos hasta nuestros tiempos, y debería por tanto estar considerado como un producto de excelencia.

La ciudad de Marsala, de la cual toman el nombre tanto los vinos como la actual Denominación de Origen, se encuentra en la provincia de Trapani, en el extremo occidental de la Isla de Sicilia, mirando directamente a la península ibérica aproximadamente en la misma latitud que Cartagena. Los primeros asentamientos griegos se establecieron en la pequeña Isla de San Pantaleo, al norte de la ciudad, protegidos por la Isla Lunga, y probablemente como en el resto de Sicilia, fueron los primeros en implantar el cultivo de la vid en Marsala. Con posterioridad, hacia el 800 antes de Cristo, llegaron los Fenicios y sucesivamente los Romanos.

En los primeros siglos del cristianismo ya encontramos testimonio de la voluntad de promover la viticultura en la zona dada su excelente predisposición para producir vinos de alta calidad. Una carta del Papa Gregorio Magno dirigida al Obispo de Lilybeo, antiguo nombre de la ciudad de Marsala, ya aconseja destinar parte de la superficie agrícola de un futuro convento al cultivo de la vid. En el siglo IX la isla cae bajo control de los musulmanes que dieron origen al topónimo con el que la ciudad de Marsala es conocida en la actualidad, Marsa Allah, Puerto de Dios o Marsa Aliyy, Puerto Grande. Bajo la dominación musulmana la producción de vino y el cultivo de la vid disminuyeron sensiblemente en la zona pero mejoraron las técnicas de destilación del vino y de los hollejos para producir aguardientes de uso medicinal.

Podemos considerar que el inicio de la época moderna de los vinos de Marsala, tal y como se conocen en la actualidad, coincide con un envío de vino que el mercader inglés John Woodhouse hizo a Gran Bretaña en 1773. El comerciante, en busca de ceniza de sosa y manna (producto medicinal que se extrae de la sabia del fresno) se vio obligado por un fuerte temporal a atracar en el puerto de Marsala y en esta localidad conoció el mejor vino que se producía en la zona, el Perpetuum, vino que se envejecía en grandes recipientes de madera durante décadas. El inglés, fascinado por la calidad de este vino, detectó de inmediato una cierta semejanza con los apreciados vinos de Madeira, ampliamente consumidos en su tierra, y con ojos de comerciante reconoció su potencial para imponerse en el mercado. Decide entonces enviar 60 pipas de vino de 412 litros cada una a Inglaterra, tras añadirle aguardiente para asegurarse de que no se estropeara durante el transporte. Este envío marca el principio de la difusión del vino Marsala fuera de Sicilia y da comienzo a la actividad bodeguera en la ciudad. La práctica de fortificar el vino utilizada en aquellos tiempos dio lugar al perfil del producto que se comercializa en la actualidad y gracias a la estabilidad obtenida por el alcohol añadido le permitió expandirse por todo el mundo. Los consumidores ingleses recibieron el vino con agrado y lo consideraron un digno rival de los otros vinos fortificados que se consumían en la isla.

El enorme triunfo obtenido por Woodhouse le impulsó a establecerse en Marsala, abrir su propio establecimiento y comprar viñedos, transformándose en el mayor exportador de vino Marsala a Europa en los primeros años del siglo XIX. Woodhouse fue también el primero en intuir que este territorio tenía todas las características climáticas, territoriales y culturales para competir con el resto de vinos fortificados que se consumían ampliamente en esa época. Introdujo el sistema de soleras aprendido en Jerez, la ya citada fortificación con aguardiente para aumentar el grado alcohólico y la adición de mistelas para elevar el contenido de azúcar que en conjunto conferían cuerpo y complejidad al producto final además de una excelente capacidad para soportar el transporte marítimo.

La fama del Marsala por esta época llegó a ser tan grande que el Almirante Nelson, en sus singladuras por el Mediterráneo, decidió embarcarlo en su buque y desde entonces esa costumbre se extendió, hasta épocas muy recientes, a todos los barcos de la Marina Real británica. Nelson, según sus propias palabras, consideraba al Marsala como “Un vino digno de la mesa de cualquier gentil hombre”. Otro ejemplo de su importancia es el empleo del término “Garibaldi Dolce” utilizado para describir un estilo de Marsala. Durante el desembarco de los Mil en Marsala, Giuseppe Garibaldi, que no era un gran aficionado al vino y probablemente casi abstemio, quedó tan impresionado por este vino que después de la unificación de Italia volvió a la ciudad por el recuerdo que el sabor de aquel vino le dejó durante su travesía. Tomando una copa de Marsala dijo “questo Marsala favorisce il piú dolce oblio pur dopo una cruenta battaglia” (este Marsala induce al más dulce olvido incluso después de una cruenta batalla).

El siguiente hito importante en la historia del Marsala está protagonizado por otro británico, Benjamin Ingham, que además de convertirse en el principal rival comercial de Woodhouse y abrir nuevos mercados para estos vinos, escribió en 1834 el primer texto en el que se describen las prácticas más adecuadas para la producción del vino Marsala. En él se enumeran los procedimientos de cultivo, la diferenciación de vendimia por variedades y otras prácticas de viticultura, además de incorporar prácticas enológicas que ayudaron a estandarizar una calidad en los vinos producidos.

El mérito de la creación del Marsala debe recaer sobre Woodhouse y otro puñado de ingleses así como de los sucesivos emprendedores sicilianos, destacando entre ellos Vincenzo Florio, que siguieron su estela. Gracias a todos ellos la fama del vino Marsala creció enormemente a lo largo de todo el siglo XIX y facilitó la proliferación de bodegas y comerciantes, con una elevada proporción de ingleses, que se dedicaron a la comercialización y exportación. El número de bodegas en este siglo se multiplicó, llegando a las 40, y el volumen de producción aumentó considerablemente. Este éxito obligó a aumentar el área de producción de uva tanto que los bodegueros llegaron a comprar uvas hasta las laderas del Etna, situado geográficamente en el lado opuesto de la isla. Como curiosidad el sistema de plantación de la vid, conocido como alberello, es el mismo en ambas zonas.

Este éxito abrumador a nivel mundial del Marsala unido a la falta de legislación y a la existencia de una feroz competencia llevó a que muchos productores no respetaran los métodos de elaboración y los tiempos de crianza utilizados por los productores más rigurosos y prestigiosos. Este descontrol, unido a una guerra de precios, llevó a una inevitable disminución de la calidad de la mayoría de los vinos producidos. Este proceso de degradación se agudiza aún más en los primeros años del siglo XX, donde la constante pérdida de calidad del producto generó desconfianza por parte de los consumidores, que volvieron a poner sus miras en los vinos de Jerez, Madeira y Oporto. El Estado Italiano, en un intento por contrarrestar el declive en la fama de su vino más internacional, promulgó en 1931 una ley para delimitar la zona de producción, en la que también se incluyó parte de las limítrofes provincias de Palermo y Agrigento. El Marsala, gracias a esta ley, puede considerarse el primero de los vinos de Italia reconocido como producto identificativo de un territorio. Lamentablemente este primer intento no consigue su objetivo y la inestabilidad en materia de normativa trae como consecuencia el descontrol sobre la producción.

En 1950 se aprueban unas nuevas normas relativas al territorio de producción y a las características de los vinos típicos denominados Marsala. En este documento, sin modificar el excesivo ámbito territorial de la zona de producción, se ampara la elaboración de vinos aromatizados (con huevo, avellanas, especias y otros ingredientes) llamados Marsala Speciali que, aun teniendo como base el vino Marsala, no ofrecían la originalidad y el carácter de los vinos tan apreciados en el resto del mundo. Este aporte legislativo, en vez de restringir el marco legal a los productos más auténticos y reconocibles, dejó la puerta abierta a la comercialización de Marsala aromatizado “a fantasía”, producidos y manipulados en cualquier lugar y por parte de cualquiera, impulsando el desarrollo de vinos con un perfil más comercial y dejando inexplicablemente el producto primigenio en un segundo lugar. Como resultado de este despropósito la imagen de Marsala cambió de una bebida compleja y de sofisticada elaboración a un producto industrial que se consumía como ingrediente culinario.

En 1962 nace el Consorcio Voluntario para la Tutela del Vino Marsala, único Organismo que ha creído firmemente en el producto de calidad y que ha promovido rígidas políticas para la producción de los Vinos Marsala aunque sin conseguir un apoyo legislativo por parte del Estado que amparara sus intenciones. En 1969 se reconoce a Marsala como la primera Denominazione di origine controllata (DOC) de Italia, equivalente a la Denominación de Origen española. Estos son tiempos oscuros para el Marsala original que prácticamente desaparece del mercado por una pérdida dramática de la calidad ya que cientos de pequeñas compañías especializadas en la comercialización de vino se enfrentan entre ellas en una guerra de precios cada vez más bajos. A finales de los años 70 del siglo pasado aparece la inmensa figura de Marco De Bartoli, otro de los héroes de esta historia, que muestra el camino a seguir a través de la calidad y la identidad para la recuperación del prestigio perdido de los vinos de Marsala.

 Gracias a una intensa actividad llevada en su bodega familiar recupera las prácticas tradicionales de la zona, tanto de viticultura como de elaboración, a la vez que inicia una labor de divulgación nacional e internacional apoyada por los excelentes vinos que produce. Habrá que esperar hasta 1984 para que las actuaciones legislativas, con la promulgación de la ley “Nuova disciplina del Vino Marsala” y su disciplinario correspondiente, afronten realmente una recuperación de la DOC que permita el renacer de un producto que sea la expresión real de una identidad territorial y de un bagaje cultural histórico. En este texto se reducen los límites de la Denominación (sólo a la provincia de Trapani, excluyendo el municipio de Alcamo y las islas Egadas y Pantelleria), se establecen las variedades de uva permitidas y se regula la clasificación de los vinos en función de los tiempos de crianza, del color y del azúcar residual.
La calidad de los vinos de Jerez y de Oporto, controlada por una exhaustiva normativa impulsada por los ingleses, ha mantenido una continuidad cualitativa a lo largo del tiempo que desgraciadamente no se puede encontrar en la historia del vino de Marsala. Tras la ley de 1984 los vinos de la DOC Marsala han mejorado sensiblemente la calidad general de los productos que se encuentran en el mercado pero su dañada imagen como producto de mala calidad todavía no ha recuperado la confianza del consumidor y de momento la imagen de producto viejo o ingrediente culinario, perdura en la mayoría de los amantes del vino.

La realidad es que la recuperación de Marsala ha coincidido con una drástica reducción en el consumo de vinos fortificados, que afecta incluso a los más prestigiosos de Jerez, Oporto o Madeira, y lamentablemente los aficionados no han tenido muchas oportunidades de comprobar la originalidad y elevada calidad que algunos elaboradores han conseguido en sus vinos. Esperemos que estas notas sirvan como revulsivo para revisitar, o incluso descubrir en muchos casos, los vinos fortificados históricos y de paso colocar a Marsala entre los grandes, lugar que nunca debió abandonar.

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